Desde los inicios Gisbert mostró predilección por el género del retrato con una pasmosa facilidad para representar el máximo parecido del modelo gracias a sus excepcionales dotes para el dibujo. En sus retratos familiares destaca esa proximidad afectiva donde la expresividad sentimental y el protagonismo del personaje mismo, despojado de cualquier nota accesoria, cobran valor absoluto.

Su maestro Federico de Madrazo desarrolló un modelo de retrato que le consagró como el creador del retrato español moderno, deudor en muchos aspectos de su maestro Ingres, y sus enseñanzas fueron transmitidas a los numerosos pintores que acudieron a sus clases en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Fue con el asentamiento de Gisbert en Madrid cuando su dedicación e ingresos dependieron de su labor de retratista, un género que se extendió a la mayor parte de la alta sociedad madrileña: personajes de la aristocracia, clero, estamento militar y político, etc. Su formación juvenil, con sus estancias en Roma y sobre todo París donde tiene la oportunidad de ver y estudiar las obras de los retratistas expuestos en diferentes museos a los que acudía como copista, fue fundamental para definir las líneas maestras de su estilo y su plasmación de un lenguaje retratístico con influencias francesas.

En sus retratos, Gisbert se manifiesta como un artista que conjuga un gran rigor realista y una capacidad hacia la captación de los rasgos fundamentales de la personalidad del retratado. La fama que le rodeó animaría a la sociedad alcoyana a retratarse por el aventajado pintor.